sábado, 1 de octubre de 2016

dura minga

 

De Sica como el teniente Stefano San Mauro y como su hijo. Cuarenta años han pasado entre uno y otro momento, entre el principio y el final de La mazurca di papà (1938).

El oficial y Peretti (Umberto Melnati), un mujeriego empedernido y su amigo sempiterno, han visto con escepticismo cuanta invención ha puesto el progreso ante sus ojos. Automóviles, biales, modas... Peretti exclama siempre: "¡Dura minga!" -que traducido al esperanto viene a ser "eso no dura ni dos telediarios"- y San Mauro replica: "¡Non dura!", lo que no requiere traducción. La frase causa furor y pasa al acervo popular a partir de su utilización como latiguillo -"tormentone" dicen los italianos- en un popular programa televisivo de los años cincuenta.

Los artífices de la afortunada fórmula son múltiples. Los intérpretes, desde luego. De Sica y Melnati han trabajado codo con codo en la compañía teatral de Mario Mattòli y han realizado la transición al cine sin ningún contratiempo. Funcionan como cualquier pareja cómica. De Sica es el galán romántico, un punto soñador y capaz romper a cantar en cualquier momento; Melnati es el portor perfecto, rápido en la réplica, siempre rozando la bufonería en sus caracterizaciones de tipos petulantes y predispuestos a la picardía.

Acabamos de mencionar a Mattòli, emprendedor sin desmayo, organizador de las revistas Za-bum, en las que triunfan ambos intérepretes. Los libretos de estas revistas son obra habitualmente de Oreste Biancoli y Dino Falconi, que firman a medias el argumento de La mazurca di papà. Biancoli, además, dirige. Y para ser un director primerizo, lo hace con el vigor que requiere una comedia de este tipo. Siempre está presente la burla de los viejos tiempos, con sus vehículos capaces de alcanzar velocidades vertiginosas de veinte kilómetros por hora y los ridículos rituales que rodean los bailes de sociedad, los baños de mar y los duelos al amanecer.

El lapso de tiempo abarcado permite introducir en el metraje un segmento en el que se ironiza sobre el propio cine y, en concreto, la etapa de las grandes divas. Como contrapunto, los ritmos sincopados de la música contemporánea que San Mauro hijo interpreta en la radio. También pilota un avión. Pero la modernidad no le hace olvidar que necesita el permiso paterno para contraer matrimonio. Y el ahora general San Mauro no está dispuesto a que su vástago se case con la hija de una bailarina. Todo cambiará cuando descubra quién es el padre (desconocido) de la muchacha.

Al final, la nostalgia de los amores idos, la belleza marchita y el tiempo fugitivo. Nada dura, salvo la amistad y el amor, siempre idénticos a sí mismos.

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